Pepo el pulpo por Rumania

Atravesando Transilvania en pleno, nos acompaña una luna enorme, límpida y super amarilla.

Avanzamos en la carretera entre Sighisoara, lugar donde nació Vlad el empalador, y Brasov que abraza los Montes Cárpatos, y Pepo se ha dispuesto y adentrado en la lectura de los relatos fascinantes sobre ese personaje pálido y superpoderoso del que todos hemos oído hablar: Drácula, buen muchacho.

A mí ya empezaba a carcomerme el asombro, fascinación, repulsión y desazón por este esperpento y sus andanzas, cuando Pepo se percata del fresco de la noche que entra medio silbando por la rendija de la ventana del conductor. Confesando que aunque no soy supersticiosa, ni ninguna de sus posibles vertientes o variantes, el suspenso de la atmósfera empezó a socavar mi mente lentamente.

Éramos cuatro personajes viajando; desde el puesto detrás del conductor se veía en diagonal a la copiloto que cada tanto se giraba y nos sonreía un poco con su pálido rostro; un poco lánguido. Intercambiaba algún gesto medio amable y Pepo seguía metido en su lectura. Respiraba un poquito inquieto, logrando ver por la ventana poco o casi nada por la penumbra tan tremenda. Intenta aclarar su vista con sus tentánculos pero nada funciona. Se gira un par de veces hacia atrás y corrobora que no se ve un ápice. Solo se ve al frente lo que el haz de luz del vehículo donde viajamos va alumbrando a su paso. No hay carros a la redonda en muchos kilómetros ni un poste de luz que alumbre ni una curva ni una recta de la vía.

Pepo intenta deshacerse de las ideas fantasiosas, suspende la lectura y se pone los audífonos para escuchar alguna canción de las que le transporta a cosas felices. . . cuando ¡Pumm! “¡Jueputa ahora sí nos matamos!” pensamos en una décima de segundo mientras el chirrido de las llantas estallaba recta abajo, con el conductor intentando frenar a toda velocidad. Pepo se lanza con sus tentáculos hacia el techo del vehículo y pende de él cual araña en telarañas sueltas. . .

Mientras abríamos los ojos como platos y empezábamos a calcular que no íbamos a alcanzar a frenar: El carro se desliza varios metros hasta que logra parar por fin con nosotros casi pegados al parabrisas y la estela del chirrido aún desvaneciéndose en el ambiente. Sudando casi en frío y con el corazón en la garganta escuchamos al conductor que suelta la carcajada: <<¡Bienvenidos a Rumania! ¡Si quieren le pueden hacer una foto a estas vacas atravesando la vía, están bien grandotas!>>…

¡Vida berraca! ¡¿Será que esto nos pasa por andar de vampiros?!?! Termina la breve procesión vacuna. El aire seguía pitando en el fondo cual lobo cachorro aullando. . . esta vez Pepo se dispuso a oír una de Chocquibtown que pudiera devolverle ¡la sazón colombiana desde otro rincón del planeta!

Fin.