“¡No es tan peligroso” le dice un turista a Titán, “Prueba con tus tentáculos y te darás cuenta”.
Titán sumerge una de sus patas en el agua aparentemente mansa y por unos segundos se deja llevar por los recuerdos de sus viajes por el Atlántico. “¿Qué dices? Interrumpe Pepo dirigiéndose a Titán, “Saltamos al río, ¿sí o no? Es nuestra oportunidad, como bien diría la abuela pulpo”.
La abuela pulpo amaba los ríos más que a los mares. Tenía una fijación particular con ellos, pues sus ojos le ardían menos y podía tomar el agua sin quedar con una sensación de sed. Esta vez, Titán y Pepo se enfrentaban a uno de los ríos alemanes más apetecidos de todas las estaciones en el mundo. El río Isar de Múnich, era súper deseado por los turistas y la gente local: Llevaban sus tablas especiales y surfeaban la ola que en el río se formaba, armaban asados a sus orillas y saltaban disparatadamente en el río para dejarse llevar por su corriente caudal abajo, mientras sorteaban todo tipo de naturaleza oculta bajo la superficie acuosa.
“A la una, a las dos y a las…” – “¡Tres!” Replica Titán, mientras se aventaba desde la orilla hacia el centro del Isar. “¡Wujú! ¡Es perfecta!” Era una de las aguas más refrescantes en las que jamás se hubiera sumergido. Era Agosto, el calor apremiaba. Pepo se abalanzó sobre el agua sin pensarlo dos veces y de repente se veían flotando corriente abajo. Usando sus tentáculos para orientarse, recogían y estiraban el cuerpo para conservar el balance de su posición, mientras el Isar se esforzaba por remecerlos de un lado a otro. “¡Haz una selfie! ¡Seguro lo logras antes de que crucemos debajo del puente!” Exclamó Pepo, mientras Titán se esforzaba por enfocar con la lente de su cámara. Estaban sonriéndole a la lente cuando ¡Zas! Una roca oculta por el agua frena el cauce de Pepo, quien intenta aferrarse a ella como buscando paradero. “¡Pepo! ¡Aguantaaa!” Se escuchó el grito de Titán que se desvanecía como el humo en ventarrón. Arrastrado por la corriente en una dirección, Titán tuvo que seguir su camino, mientras sus ojos fijos en Pepo se giraban hacia atrás.
Pepo luchaba para mantener el control de sus tentáculos y haciendo una maniobra maestra logró volcarse y volver a flote. . . Sin embargo, al salir de la pirueta uno de sus tentáculos le empieza a arder. “¡Que no era peligroso!” Exclama Pepo, “Ahora no sólo mi pata está rota sino que también se me han abierto los poros del sombrero”. Era el gorro tejido que llevaba puesto desde su nacimiento como un regalo del tejedor del pueblo.
Nadó con los tentáculos que tenía sanos aún y llegó hasta donde estaba Titán, quien lo esperaba con ansias de saber si su amigo del alma estaría bien, si será que podrían volver a danzar en el agua como siempre había sido su ritual. . . Pepo se percata de toda la situación y sin meditarlo suelta de repente una carcajada y dice: “¡Estamos vivos! ¡Somos grandes Titán! Estamos lejos de casa pero cerca de descubrir el secreto de vivir. . . Me acompañas en esto, y eso lo cambia todo”. Entrelazan dos de sus tentáculos, y no paran de reírse mientras el agua les guía y bordea río abajo.
Dos turistas amables los ven aproximándose al segundo puente que cruzaba el río y les avisan: “¡Hay que tomar el lazo de tarzán para frenar y salir del río, es el final de la parte navegable!”. . . Sacudiéndose el agua al salir del Isar, uno de los turistas nota la pata herida de Pepo y le socorre. Este gesto le refuerza la esperanza que siempre ha tenido en la bondad humana. Decide así que desde entonces portará su sombrero agujereado como señal de la fé que tiene en ello. “¡Qué guapo sombrero!” Exclama Titán, mientras abraza a su amigo, quien no podía parar de reírse.
Fin.